En aquel tiempo, los judíos criticaban a
Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían:
-¿No es
éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice
ahora que ha bajado del cielo?
Jesús tomó la palabra y les dijo:
-No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si
no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está
escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.” Todo el que escucha
lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser
el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene
vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto
el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma
de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de
este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo.
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Homilía del P. Teodoro Baztán, oar
- Todas las lecturas del Domingo 19 del Tiempo Ordinario
- Powerpoint sobre el Evangelio
12 de agosto de 2012
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Homilía del P. Teodoro Baztán, oar
El pobre Elías estaba abatido, triste y deprimido.
Se sentía cansado de todo. No tenía ganas de dormir. Quería morir. Huía de la
compañía de los hombres. Era incapaz de ver el lado bueno de las cosas, se
sentía perseguido por lo malo que le acontecía, a pesar de que Dios había
salido en su favor con aquella profecía de la sequía y había hecho llover cuando
Elías se lo pidió.
Elías sólo ve que la reina Jezabel le
persigue y ya no se acuerda de las veces que ha tenido a Dios junto a él. No
tiene ganas de nada. Pero Dios viene en su auxilio con un medio muy casero: le
dice que coma bien y duerma bien, y la depresión quedará vencida. No sé qué
dirán los psiquiatras acerca este remedio, pero el caso es que Elías cobró fuerzas
para un camino de cuarenta días.
Nuestra vida cristiana necesita ser
alimentada. No vive por sí sola. No se alimenta de ella misma. Si así fuera
podríamos caer también en depresión. No me refiero a la depresión enfermedad,
sino a la espiritual, que es mucho peor.
Podríamos caer quizás en la tentación del
abandono de la oración, nos podría dominar la pereza para participar en la
eucaristía, las dudas podrían con nosotros, nuestra fe se volvería lánguida,
caeríamos en la indiferencia, no veríamos un horizonte claro, todo se nos haría
difícil y quedaríamos abatidos, débiles en la fe y sin fuerzas para seguir caminando.
Y cuando se debilita la fe, se buscan
entonces alimentos que no nutren. Se buscan echadores de cartas, que nada
dicen. Adivinadores de un futuro siempre incierto. Sacadineros de personas con
problemas. Engañadores o embaucadores de ingenuos. Se leen a diario horóscopos
que a todos contentan. Y todo en vano, porque todo eso es mentira.
Jesús que ve a sus discípulos débiles,
dubitativos, deprimidos, y, como sabe que todos nosotros, a lo largo del
camino, vamos a sentarnos muchas veces a la orilla de la vida, cansados,
hartos, tristes, sin saber qué hacer con nuestra vida, nos propone un remedio o
medicación medicación como la de Elías. Nos dice que comamos su pan, que Él es el
pan de la vida, el pan de los fuertes. Él es el pan del camino y el camino
mismo, que no nos deja morir de hambre y de avitaminosis espiritual. Este pan
es Él mismo.
Cuando nos entra la pereza espiritual, o una
cierta indiferencia, comenzamos a dejar muchas cosas. Creemos en Dios, pero con
una fe casi muerta. Creemos en Cristo, pero nos cuesta seguirle. Creemos en la Iglesia, pero no nos
sentimos cómodos en ella.
Esto es lo peor que nos podría suceder y
nos dice el Señor: “Este es el pan para que el hombre coma de él y no muera”,
“el que coma de este pan tiene vida eterna”. No nos dejemos de morir de hambre
cuando nos entra este mal, comamos, con la seguridad de que ese alimento de
Dios será nuestra fuerza en el camino.
Dios, como en el caso de Elías, nos ofrece
un alimento que sí llena, un alimento que da fuerza para mantener viva la
ilusión y seguir caminando, un alimento que no es efímero sino que perdura. Y
este alimento es Cristo. Nos lo dice hoy. Y el domingo pasado. Y nos lo dirá el
próximo.
Juan sigue ahondando en el discurso de
Jesús sobre el Pan de Vida de que nos hablaba el evangelio del domingo pasado.
Recordemos: Jesús da de comer a una multitud que tenía hambre y se retira al
monte a orar y va a Cafarnaún; la multitud lo busca porque ha saciado su
hambre; Jesús les presenta o propone otro alimento, Él mismo, un alimento de
vida eterna.
Afirmaciones de Jesús en el evangelio: “Yo
soy el pan de vida, El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí nunca
pasará sed”. “El que cree tiene vida eterna”. “Yo soy el pan vivo bajado del
cielo; el que coma de esta pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo”
Hoy, este
alimento lo concreta en la Eucaristía. El
domingo anterior Jesús invitaba a la muchedumbre, y a nosotros, a creer en Él. Hoy nos invita a “comer el pan”, el pan de la
eucaristía, a alimentarnos de Él mismo.
En la eucaristía
es Jesús, en persona, a quien tenemos en el pan consagrado. No se puede decir:
“Dentro de este pan está Jesús”. La fe nos dice que este pan, después de las
palabras de la consagración, deja de ser pan, aunque al comerlo sepa a pan. Es
Cristo vivo, en persona. Es un misterio que nos supera. A él se accede sólo
desde la fe. Por eso decimos después de la consagración: “Este es el sacramento
de nuestra fe”.
- Powerpoint sobre el Evangelio
12 de agosto de 2012
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