En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
-Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
-¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo:
-Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
-¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó:
-Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
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Homilía del P. Teodoro Baztán, oar
Seguimos
leyendo y escuchando el capítulo 6 del Evangelio de Juan. Comenzaba con la
narración del milagro de la multiplicación de los panes y proseguía con la
presentación del Pan de la Vida,
que es el mismo Jesús. Este discurso de Jesús es una verdadera catequesis, una
catequesis progresiva, para sus discípulos y para nosotros
1. Después de
dar de comer a miles de personas, les invita a desear y tener hambre de un pan
que no perece.
2. Él es este
pan bajado del cielo, quien crea en él tiene vida eterna, porque la fe en Jesús
es verdadero alimento.
3. Le piden
comer de ese pan, aunque no acaban de entender del todo a qué se refiere.
4. Les dice: “Quien coma de este pan vivirá para
siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne”.
5. Ante el
sombro y la duda de los oyentes, les dice: “Quien
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último
día”. Y añade: “Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él”. Comer su cuerpo, además de creer en Él.
¡Hasta ahí
podíamos llegar!, piensan ellos. Es comprensible la reacción de sus propios
discípulos: “Este modo de hablar es duro,
¿quién puede escucharlo?” Y por eso muchos de ellos lo dejan. Lo abandonan
porque creen que desvaría, que dice disparates. Las palabras de Jesús provocan
rechazo porque son exigentes, además de claras. Su fe en Jesús, a pesar del
milagro que han presenciado y del que se han beneficiado, es débil o nula.
¿Cómo van a sentir hambre de comer su cuerpo?
Dice san
Agustín: “Son duras estas palabras, sí,
pero para los duros de corazón; es decir, son increíbles, mas para los
incrédulos”.
Cosa parecida
ocurre, en ocasiones, con muchos cristianos, discípulos de Jesús en apariencia
o con una fe muy superficial, cuando se alejan de Dios y abandonan la Iglesia porque no pueden,
dicen, admitir y soportar ciertas enseñanzas del evangelio de Jesús o ciertos
contenidos de la Palabra
de Dios. Por ejemplo:
Perdonar
siempre y en todo, presentar la otra mejilla, renunciar a todo si fuera preciso
para seguirle, defender la vida desde el momento de su concepción hasta que le
sobrevenga la muerte, hacer el bien a quien me hace daño y rezar por él, ver
siempre en el pobre a Jesucristo y servirle, no juzgar ni criticar nunca a
nadie, no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero…
Jesús no deja indiferente a nadie. Cuando
tuvo que hablar, alto y claro, lo hizo. Sin componendas ni miramientos. Aún a
riesgo de perder, por exigir demasiado, a gran parte de los suyos. Pero es que,
Jesús, quería eso: autenticidad y sinceridad en sus seguidores.
La predicación de Jesús, lejos de ser una imposición,
era y sigue siendo una propuesta. Un propuesta de salvación.
Hoy, quizás más que nunca, estamos viviendo
una deserción de la práctica de fe. Parece que lo que se lleva es decir “no soy
practicante”, “a mí la Iglesia no me va”, “paso de todo lo religioso”. En el
fondo, hay un tema más grave: nadie quiere complicaciones. Los compromisos, de
por vida, nos asustan; como en el evangelio de este domingo.
El Señor, porque sabe y conoce muy bien
nuestra debilidad, tiene siempre sus puertas abiertas para todos. La pregunta
del Señor a sus apóstoles: “¿También
vosotros queréis marcharos?”.
Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis
religiosa actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o pocos,
si nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y
mujeres que vivimos de sus palabras de vida y nos alimentamos de Él.
Ojalá pudiéramos decir como Pedro: “Señor, a quién vamos a acudir, si tú tienes
palabras de vida eterna?”. Todo lo demás es o puede ser engañoso o
inconsistente. Es el peso de la palabra del Señor, el ancla que nos sujeta
junto a Jesús. Esa palabra que, sin ruido, sin sonido, sin ser pronunciada,
habla al corazón.
Es Palabra sincera que no nos
engaña, no nos oculta la dificultad, nos habla de seguirle con la cruz, pero
fortalece, alienta y consuela. Nos dirá también: “Qué estrecha es la puerta, qué angosto el
camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella”.
Un medio excelente
para vigorizar siempre nuestra fe y mantenerla viva y coherente es la
Eucaristía. Jesús nos invita a comer su mismo Cuerpo, alimentarnos de Él, y entrar
así en comunión con todos los hermanos y formar una verdadera familia.
Todas las lecturas del Domingo XXI y reflexiones de San Agustín
26 de agosto de 2012
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