XXI Domingo del Tiempo Ordinario -B-

Juan 6, 60-69

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
-Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
-¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo:
-Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. 
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
-¿También vosotros queréis marcharos?
 Simón Pedro le contestó:
-Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
 _______________

Homilía del P. Teodoro Baztán, oar


Seguimos leyendo y escuchando el capítulo 6 del Evangelio de Juan. Comenzaba con la narración del milagro de la multiplicación de los panes y proseguía con la presentación del Pan de la Vida, que es el mismo Jesús. Este discurso de Jesús es una verdadera catequesis, una catequesis progresiva, para sus discípulos y para nosotros
1. Después de dar de comer a miles de personas, les invita a desear y tener hambre de un pan que no perece.
2. Él es este pan bajado del cielo, quien crea en él tiene vida eterna, porque la fe en Jesús es verdadero alimento.
3. Le piden comer de ese pan, aunque no acaban de entender del todo a qué se refiere.
4. Les dice: “Quien coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne”.
5. Ante el sombro y la duda de los oyentes, les dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día”. Y añade: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Comer su cuerpo, además de creer en Él.
¡Hasta ahí podíamos llegar!, piensan ellos. Es comprensible la reacción de sus propios discípulos: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede escucharlo?” Y por eso muchos de ellos lo dejan. Lo abandonan porque creen que desvaría, que dice disparates. Las palabras de Jesús provocan rechazo porque son exigentes, además de claras. Su fe en Jesús, a pesar del milagro que han presenciado y del que se han beneficiado, es débil o nula. ¿Cómo van a sentir hambre de comer su cuerpo?
Dice san Agustín: “Son duras estas palabras, sí, pero para los duros de corazón; es decir, son increíbles, mas para los incrédulos”.
Cosa parecida ocurre, en ocasiones, con muchos cristianos, discípulos de Jesús en apariencia o con una fe muy superficial, cuando se alejan de Dios y abandonan la Iglesia porque no pueden, dicen, admitir y soportar ciertas enseñanzas del evangelio de Jesús o ciertos contenidos de la Palabra de Dios. Por ejemplo:
Perdonar siempre y en todo, presentar la otra mejilla, renunciar a todo si fuera preciso para seguirle, defender la vida desde el momento de su concepción hasta que le sobrevenga la muerte, hacer el bien a quien me hace daño y rezar por él, ver siempre en el pobre a Jesucristo y servirle, no juzgar ni criticar nunca a nadie, no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero…
Jesús no deja indiferente a nadie. Cuando tuvo que hablar, alto y claro, lo hizo. Sin componendas ni miramientos. Aún a riesgo de perder, por exigir demasiado, a gran parte de los suyos. Pero es que, Jesús, quería eso: autenticidad y sinceridad en sus seguidores.
La predicación de Jesús, lejos de ser una imposición, era y sigue siendo una propuesta. Un propuesta de salvación.
Hoy, quizás más que nunca, estamos viviendo una deserción de la práctica de fe. Parece que lo que se lleva es decir “no soy practicante”, “a mí la Iglesia no me va”, “paso de todo lo religioso”. En el fondo, hay un tema más grave: nadie quiere complicaciones. Los compromisos, de por vida, nos asustan; como en el evangelio de este domingo.
El Señor, porque sabe y conoce muy bien nuestra debilidad, tiene siempre sus puertas abiertas para todos. La pregunta del Señor a sus apóstoles: “¿También vosotros queréis marcharos?”. 
Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis religiosa actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o pocos, si nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida y nos alimentamos de Él.
Ojalá pudiéramos decir como Pedro: “Señor, a quién vamos a acudir, si tú tienes palabras de vida eterna?”. Todo lo demás es o puede ser engañoso o inconsistente. Es el peso de la palabra del Señor, el ancla que nos sujeta junto a Jesús. Esa palabra que, sin ruido, sin sonido, sin ser pronunciada, habla al corazón.
Es Palabra sincera que no nos engaña, no nos oculta la dificultad, nos habla de seguirle con la cruz, pero fortalece, alienta y consuela. Nos dirá también: “Qué estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella”.
Un medio excelente para vigorizar siempre nuestra fe y mantenerla viva y coherente es la Eucaristía. Jesús nos invita a comer su mismo Cuerpo, alimentarnos de Él, y entrar así en comunión con todos los hermanos y formar una verdadera familia.


Todas las lecturas del Domingo XXI y reflexiones de San Agustín

26 de agosto de 2012

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