El mejor regalo que los padres pueden hacer a sus hijos es transmitirles la fe


El cardenal Comastri recuerda la figura de Santa Ana a través del Magnificat de María

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CIUDAD DEL VATICANO, Jueves 26 julio 2012 (ZENIT.org).- De santa Ana y san Joaquín prácticamente no sabemos nada, pero viendo a su hija María, se puede entender cómo eran ellos. En la casa los hijos aprenden de sus padres y escuchando el Magnificat se puede entender lo que María había aprendido en una época en la que todos los conocimientos se transmitían oralmente. Lo indicó hoy el cardenal Angelo Comastri, en su homilía en la parroquia de santa Ana, con motivo de la festividad de los padres de María, invitando a los padres a enseñar la fe a sus hijos, principalmente con el ejemplo.

El cardenal recordó que “los evangelios no nos dan ni siquiera los nombres de los padres de María, pero los sabemos de una antigua tradición que se refiere al período apostólico”. Por lo tanto hay poquísimas informaciones, “si bien esto es bello –prosiguió--, porque se puede intuir cómo es una familia mirando a los hijos. Mirando a María podemos entender quienes eran sus padres y sus características espirituales”.

El vicario general del papa para la Ciudad del Vaticano recordó que “en el sí de María, así limpio, sincero, generoso y fiel se ve que había aprendido en casa a poner a Dios en el primer lugar, gracias al ejemplo de sus padres. María había escuchado las palabras de la biblia en donde dice que el Señor es el único, ama al Señor con todo tu corazón y toda tu mente”.

Y recordó que hay otra luz que brilla en María y que nos revela indirectamente las características de su familia y es el Magnificat, el canto contenido en el primer capítulo del evangelio según san Lucas con el cual María alaba a Dios porque se ha dignado benignamente a liberar a su pueblo.

“Muchos se maravillan cómo hizo para pronunciar estas palabras tan hermosas”, dijo el cardenal y añadió: “Quizás el Magnificat es la más hermosa profecía del nuevo testamento y que contiene tantas citaciones bíblicas. Y esto quiere decir que en la casa de María, los padres repetían frecuentemente las escrituras, y noten bien que entonces no existían ni libros, ni grabadores y todo se aprendía de memoria”.

Y María hace entender que Ella es bienaventurada, no porque después del anuncio del ángel mi casa se transformó en un palacio, ni mi vestido se transformó en uno púrpura. Delante de Dios estas cosas no cuentan, si bien mi corazón rebalsa de alegría debido a Dios mi salvador, que puso su mirada en su sierva; porque quien no tiene a Dios en su casa es un pobretón, aunque tenga las manijas de oro.

El cardenal recordó además que María era una jovencita, de unos 16 años que “tuvo el coraje de hacer una profecía impresionante: en este momento Herodes manda, Augusto en Roma envía órdenes a todo el imperio, pero yo puedo anunciar: Dios dispersa a los soberbios y los pensamientos de su corazón, derriba a los poderosos y enaltece a los humildes”.

Y recalcó como todo esto María lo había aprendido en su casa, e invitó por ello a rezar para que en nuestros hogares retorne este estilo, esta transmisión de fe de los padres hacia los hijos, de los grandes hacia los pequeños, porque el mayor regalo que podemos transmitir es la fe.

¿Cómo los padres pueden encontrar el modo de transmitir la fe en un mundo así agitado como el actual?, le preguntó Zenit al alto purpurado al concluir el evento. “Cuando una persona tiene dentro de sí la luz, ilumina. Santa Teresa indica que un carbón encendido, así lo metan en un rincón calienta. Hoy los tiempos son difíciles y a veces nos parece que estamos en un rincón. Pero estén tranquilos que si tenemos la luz la transmitimos”, concluyó.

26 de julio de 2012

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