La Virgen María, modelo de fidelidad a la vocación


El Ángelus es una oración típicamente mariana que nos puede servir maravillosamente para consagrar el nuevo día, además de ayudarnos a retomar la vocación personal.

Tomado del Blog del P. Ismael Ojeda

Dios llamó a María a colaborar en la obra de la salvación como ninguna otra criatura, de una forma extraordinaria. También ella aceptó el proyecto de Dios sobre ella, cada mañana de su vida. Ella nos da ejemplo sobre el modo de responder al plan de Dios, día a día. De esta manera hacemos presente a la Virgen María en este acto tan importante del día, al comienzo del mismo. Comento la oración.

“El Ángel del Señor anunció a María; y concibió por obra del Espíritu Santo”. Como a María, también a nosotros Dios nos anuncia cada día un proyecto particular, para el aquí y ahora, que debemos asumir con renovada entrega como estrenando nuestra obediencia obsequiosa. Dios siempre “anuncia”, siempre es nuevo, recrea, nos ofrece nuevas posibilidades. Para que este gesto nuevo del amor apasionado de Dios por cada uno de nosotros no caiga en vacío hay que recibirlo con el mismo Espíritu con que es inspirado. María concibió, pues, por obra del Espíritu, no por obra de varón.

Nosotros, lo mismo: para que concibamos vida y no rutina, desgana, costumbre… hay que creer en el poder creador de Dios, en la fuerza del Espíritu que hace nuevas todas las cosas, que viene de arriba. Hay que dar ese salto cualitativo: vencer la pesadez de la carne para dejarse llevar por el Espíritu… Para creer que en el aquí y ahora, y contra toda esperanza, hoy puede y debe ser el Día en que actuó el Señor. Así concebimos “vida” gracias al Espíritu, porque la carne no sirve, no aprovecha. Sólo el Espíritu derramado en nuestros corazones es capaz de dar vida. María se dejó inundar del Espíritu y concibió la Vida.

Por tanto, es preciso caer en la cuenta de que Dios quiere glorificarse en tu vida, que desea que tú seas realmente un milagro en este día: que cuantos te vean y traten descubran el poder de Dios. Como María tenemos que contemplar este poder de Dios hasta llegar a fiarnos totalmente de él, aunque sea un mensaje que desborde todos nuestros cálculos humanos. ¿Cómo será eso?, preguntó María al ángel Gabriel. Dios Padre no pudo idear algo más sublime, más hermoso que lo que pensó sobre María. Soñó con ella, hasta lo indecible. El Padre no pudo hacer más por María… Invitarla a ser Madre de Dios, madre de todos los que viven. Y María no le falló, no le defraudó, ella dio su total consentimiento: hágase, en mí o de mí, como tú digas y quieras. Amén.

“He aquí la esclava del Señor; hágase en mí, según tu palabra”. Esta obediencia de María la referimos al Hijo, al que es la filiación en persona. El Hijo se volcó totalmente en María, no pudo hacer más por ella. ¿Y qué le dio el Hijo, el Verbo, a María, qué le enseñó? La llenó de gracia por medio del Espíritu para que, como él, no defraudara en nada los planes del Padre. El Hijo adorna a María con la plena y total fidelidad: para que en todo responda a los planes de Dios, para que ninguna posibilidad ideada por el Padre quede sin cumplimiento, para que no defraude en lo más mínimo las expectativas del Padre. Por eso es la llena de gracia, la llena del favor de Dios, la plenamente fiel y cumplidora del plan de Dios: la esclava del Señor. Ella no opuso ningún obstáculo al plan de Dios. Le dejó a Dios manos libres. Por eso Dios se pudo glorificar en ella como en ninguna otra criatura. Pura obediencia, pura docilidad, pura entrega confiada y serena; plenamente descansada en Dios; totalmente feliz y dichosa.

El Hijo, que es la obediencia en persona, capacita a la Virgen María para que no defraude en nada al Padre, para que todo lo que el Padre ha pensado acerca de ella se cumpla. Así como el Padre se pasó, se lució soñando en María, así el Hijo se pasa, se sobra adornando a María con la gracia de la plena fidelidad: haciendo realidad la maravilla que sólo el Padre, fuente de toda bondad, pudo soñar. Y ahora entra a tallar el Espíritu.

“Y el Verbo de Dios se hizo hombre; y habitó entre nosotros”. La obra del Padre y del Hijo en María es coronada por el Espíritu Santo en cuanto que él genera una profunda satisfacción y gozo en el corazón de María. La cercanía del Padre y del Hijo se hace presencia consoladora que anega, certeza que plenifica, gozo y felicidad que embriaga de amor y comunión: María fecundada por el Espíritu engendra, alimenta y da a luz al mismo Dios. El Espíritu Santo enviado sobre María por el Padre y el Hijo, como acabamos de ver, se derrama sobre la persona de María, incluida su condición de mujer, y es transformada y habitada por el Poder de Dios de tal manera que llega a engendrar al mismo Dios en la persona del Verbo: María es capacitada para gestarlo y darlo a luz. El Espíritu es el esposo de María. El Espíritu vivificador, el mismo que se cernía sobre la creación entera extrayendo del caos el orden, la belleza y la vida. Ahora, gracias a la docilidad de María, la nueva Eva, el Espíritu engendra al nuevo Adán que habitará en medio de nosotros y nos salvará de todo mal.

Así María aparece como la llena de belleza y santidad. Es la encarnación en persona de todo lo bueno y justo que un ser humano, una criatura, y en este caso mujer, puede recibir del mismo Dios. Es la obra maestra de Dios. Por eso, María tiene tantas facetas, tantos prismas, invocada de tantas maneras, representada de mil maneras y nunca agotada… su tanta belleza. Llena de gracia, bendita entre todas las mujeres. La que nos dio generosamente el fruto bendito de su vientre, Jesús, Dios y hombre a la vez. Con ella tenemos todo.

María, por tanto, ha respondido perfectamente a su vocación de ser madre de Dios y la más cercana colaboradora de la obra de la redención de los hombres. A imitación suya, también nosotros estamos llamados a traer vida al mundo, a prolongar la encarnación del Hijo de Dios en medio de los hombres, a colaborar en la salvación del mundo. Por eso, acabamos pidiendo su intercesión:

“Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios; para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo”. Como a madre compasiva y tierna como ninguna le imploramos que interceda por nosotros; ella que es orgullo de nuestra raza, bendita entre todas las mujeres y madre de la Vida; abogada nuestra. Ella que nos ha precedido, que nos lleve consigo a la casa del Padre Dios, al dulce hogar del cielo donde tendremos la mejor Madre de los hombres.

25 de marzo de 2010

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