¿Qué tiene que ver santa Mónica con la familia agustiniana?


¿Dónde se inspira esta Comunidad de Madres Cristianas? ¿Desde cuándo existe esta espiritualidad en la Iglesia Católica?
Aunque formalmente la Asociación se erige el año 1987, en Madrid, su espiritualidad pertenece de siempre a la familia agustiniana. Pero ¿qué entendemos por espiritualidad? En pocas palabras: es una forma o estilo concreto de vivir el Evangelio.
En nuestro caso se trata del estilo de san Agustín. Hay santos que han tenido la capacidad de transmitir a los hombres de su tiempo su peculiar modo de entender y de vivir el Evangelio. San Agustín lo hizo a través de la predicación, las obras escritas, y de las fundaciones de conventos o comunidades: además, a través de las disposiciones, como por ejemplo la Regla monástica, que dejó para que fuera observada por los monjes y las religiosas…

De esta forma, la fuerza del Espíritu creó a través de san Agustín una corriente de vida espiritual extraída del mismo Evangelio que, brotando de su misma persona, llega, a través de sus seguidores, hasta nuestros días.
Los hijos espirituales de san Agustín forman la gran familia agustiniana, que está conformada por diversas órdenes religiosas y congregaciones tanto de hombres como de mujeres y también por asociaciones de laicos o fieles seglares.
En Venezuela, san Agustín y su herencia espiritual están presentes desde la primera evangelización, ya que los misioneros agustinos participaron en ella de manera muy significativa. En la actualidad san Agustín está presente en sus hijos que pertenecen a diversas órdenes y congregaciones, pero con un mismo espíritu de familia. Entre ellos, los Agustinos Recoletos.

¿Qué tiene que ver santa Mónica con la familia agustiniana?
Pues muchísimo; porque en ese torrente espiritual que brota de san Agustín adquiere personalidad propia su madre santa Mónica, primero por madre y después por santa. San Agustín y santa Mónica son inseparables. No se da el uno sin el otro. Si Agustín recibió casi todo a través de su madre, santa Mónica, también es verdad que san Agustín contribuyó poderosamente a esclarecer e inmortalizar la figura de su madre y en particular su santidad.
De hecho san Agustín habla de ella en su predicación y sus escritos con un respeto tal, delicadeza y altura espiritual que, quizás sin pretenderlo, retrata el verdadero modelo de toda mujer cristiana en su condición de esposa y de madre. Es decir, retrata la “espiritualidad” de una esposa y madre verdaderamente cristiana. La vocación de toda mujer esposa y madre cristiana en cualquier tiempo y lugar.

Efectivamente, san Agustín no se puede entender sin santa Mónica, su madre. Ella tiene una importancia fundamental en la fe cristiana de Agustín, a lo largo de toda su vida. De tal forma que santa Mónica constituye el camino más directo por el que Agustín llega a conocer a Cristo y a vivir el Evangelio.
De hecho, santa Mónica hizo signar a su hijo Agustín, recién nacido, con la señal de la cruz y mandó aplicarle la sal, conforme se acostumbraba en su tiempo. Ambos gestos constituían el primer rito del sacramento del bautismo. Después, durante toda su vida siguió muy de cerca los pasos azarosos de su inquieto y querido hijo. Agustín reconoció agradecido la bondad y generosidad de su madre que le había dado a luz, no sólo en cuanto al cuerpo sino también en el espíritu, en cuanto a la vida eterna.
San Agustín escribe: “No tengo palabras para expresar el amor tiernísimo que me tenía y cuánto mayor y más angustioso era el cuidado que tenía de procurar para mi alma el ser y la vida de la gracia que el que tuvo para darme a la luz del mundo”.
Más aun: seguro de la influencia espiritual de su madre, le reconoce su conversión, y le encomienda todos sus planes y aspiraciones santas una vez bautizado. “A ti sobre todo, Madre, te encomendamos este negocio –el de la consagración religiosa-, pues creo y afirmo sin vacilación que por tus ruegos me ha dado Dios el deseo de consagrarme a la investigación de la verdad sin preferir nada a este ideal, sin desear ni buscar otra cosa, y mantengo la confianza de que esta gracia tan grande, cuyo deseo arde en nosotros por tus méritos, la hemos de conseguir igualmente por tus ruegos”.
Santa Mónica fue su primera maestra, y por sobre todo la madre buena, a quien el hijo agradecido presenta ante todas las madres, para todos los hijos, como la madre de la bondad y del heroísmo.

Por tanto, no es en absoluto exagerado afirmar que sin la “madre” santa Mónica no tendríamos al Agustín “hijo”, también santo. Ambas figuras se complementan. Forman como un todo realmente indivisible.
Por eso no es nada extraño ni casual que la familia agustiniana haya venerado siempre a santa Mónica de una forma especial. La espiritualidad agustiniana no se acaba, pues, con san Agustín sino que abarca también a santa Mónica. De ahí que siempre se haya propuesto a santa Mónica como modelo para las esposas y las madres cristianas.
La figura de santa Mónica ha estado presente en la predicación y en el apostolado de la Familia agustiniana de todos los tiempos. Incluso en la misma Orden encontramos como una réplica actualizada de santa Mónica: la admirable y polifacética santa Rita de Casia, modelo de esposas y de madres cristianas, y además de religiosas.

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