Nuestra Señora, Madre de la Consolación

Nuestra Señora Madre de la Consolación
Nuestra Señora de la Consolación, con san Agustín, san Nicolás de Tolentino, santa Mónica y santa Rita, de Juan Simón Gutiérrez (1645 -1724). Agustinas recoletas de Carmona (Sevilla).

La Bienaventurada Virgen María es venerada como Madre de Consolación, porque a través de ella “Dios mandó al mundo al Consolador”, Cristo Jesús. La participación en los dolores de la pasión de su Hijo y en la alegría de su resurrección la ponen en condición de consolar a sus hijos en cualquier aflicción en que se encuentren. Después de la ascensión de Jesucristo, en unión con los Apóstoles imploró con ardor y esperó con confianza al Espíritu Consolador. Ahora, elevada al cielo, “brilla ante el pueblo peregrino de Dios como signo de segura esperanza y consolación” (LG 69).

Al menos desde el siglo XVII, “Madre de Consolación” o “Madre de la Correa” es el título principal con que la Orden agustiniana honra a la Virgen. En 1439 obtuvo la facultad de erigir para los laicos la “cofradía de la cintura”. Una antigua leyenda, nacida en el seno de la Orden, narraba que la Virgen se había aparecido a santa Mónica, afligida por la suerte de Agustín, consolándola y dándole una correa, la misma con que después se habrían de ceñir Agustín y sus frailes. De ordinario, la iconografía representa a la Virgen y al Niño en el acto de entregar sendas correas, respectivamente, a santa Mónica y a san Agustín. En 1495 surgió en la iglesia agustiniana de Bolonia la cofradía de “Santa María de la Consolación”. En 1575 ambas cofradías se fusionaron en una única archicofradía de la Correa, a la que los papas enriquecieron con abundancia de indulgencias.

La protección de la Madre de la Consolación nos da serenidad y consuelo en las pruebas para que también nosotros podamos consolar a nuestros hermanos. La fiesta de Nuestra Señora Madre de la Consolación se celebra el 4 de septiembre.

http://www.agustinosrecoletos.com/.


Oración

Madre de la Consolación, Madre de Dios y de los hombres, y causa de nuestra alegría.

Henos aquí en tu presencia para contemplarte, admirarte y manifestarte nuestro amor y nuestro propósito de ser discípulos aprovechados tuyos en el seguimiento de Cristo.

Tú, que soportaste en pie, sin desmayarte, la muerte de Jesús, y que en los primeros días de la Iglesia eras apoyo y consuelo de los cristianos; tú, que fuiste para santa Mónica el paño de lágrimas en sus preocupaciones por su hijo Agustín, permanece siempre junto a nosotros como una madre que alegra y consuela con su sola presencia. Danos la fidelidad y la perseverancia en nuestro camino hacia la Patria y el saber ser testimonios conscientes de Cristo en el mundo. Amén.


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04 de septiembre de 2012

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