Tú que conoces mi pequeñez y mis dudas,
Tú que sabes de mi fragilidad e incoherencia,
Tú que controlas mis idas y venidas,
Sabes que quiero vivir contigo y para Ti, Señor.
Yo quiero saber decirte un sí como el de María,
esa mujer sencilla, que no necesitó hacerse la humilde,
que te dejó hacer en ella tu milagro
y que reconoció todas tus maravillas.
Ella, tu madre, con su vida hablaba de tu Amor,
con su disponibilidad contagiaba abandono,
con su dejarte hacer nos enseñaba a fiarnos,
y al reconocer tus maravillas demostraba sencillez.
Tu madre, Jesús, que al hacerse esclava, se hizo grande,
al fiarse de Dios nos salvó a todos,
al dejarse habitar alumbró el mundo,
y al llenarse de alegría el corazón nos enseñó a creer.
María, Madre de Dios, abraza a todas las madres,
a las que no consiguen serlo y a las que lo interrumpen,
a las que viven con dolor su maternidad,
a las que no saben disfrutarla
y a las que ven morir a sus hijos de hambre.
Cuida de las familias, María, madre nuestra,
acompaña a hombres y mujeres en este caminar,
sana a los separados y mal amados,
educa con nosotros a los niños malcriados
y ayúdanos a todos a vivir mejor.
Álvaro Ginel y Mari Patxi Ayerra
Tomado de http://www.agustinosrecoletos.org/
22 de diciembre de 2009
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